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Garrote: la villa con alma en medio de la precariedad y la ausencia del municipio

Por: Morena Jazhal Tricerri

A orillas del río Luján, en el límite entre los partidos de San Fernando y Tigre, y dentro del barrio Almirante Brown, la villa más emergente de Zona Norte, donde más de 800 familias caminan a diario sus pasillos. Algunos residentes son nuevos. Otros, al contrario, no conocen más que la vida en Villa Garrote. De cualquier mdo, hoy alrededor de 3000 vecinos luchan por un futuro mejor.

Debido a su alta cantidad de habitantes, parece imposible que no haya una fragmentación interna: “los tucumanos”, o “los del frente” reciben a toda persona que ingrese a Garrote, a diferencia de “los del fondo”, que por años han perfeccionado la actividad de esquivar los pozos en los pasillos para llegar a la salida. En un tercer grupo está “la gente de los departamentos”. Estos son parte de Sueños Compartidos, lo que alguna vez comenzó como un programa de vivienda social dirigido por Madres de Plaza de Mayo y terminó como un emblema de corrupción.

A pesar de la división interna en el barrio y la dura realidad que sucede puertas adentro en cada hogar, Villa Garrote desborda solidaridad y compañerismo. “Acá nos cuidamos entre nosotros. Tengo unos vecinos fantásticos”, aseguró Daniel Ramos, cartonero, que vive en Garrote hace 14 años, cuando conoció a la que fue su mujer. Cuando se conocieron, Verónica tenía 7 hijos, a los cuales Daniel adoptó como suyos: “Éramos 9 en ese entonces, y teníamos dos casitas. Al principio no quería la casa que tenemos ahora, pero cuando mi mujer la vio, quedó enamorada”. Hoy, viudo hace 6 meses, Daniel vive con 10 de sus 18 hijos, e incluso algunos de sus 55 nietos.

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Daniel, junto a su hija adoptiva, Camila, su hijo Logan, y su nieto, Owen.

Créditos: MJT

La inseguridad está instalada como un vecino más y los conflictos violentos por el consumo de drogas son frecuentes. “La tarde del sábado pasado estábamos tomando mates y empezaron a los tiros”, explicó Daniel. También afirmó que ni el municipio ni el control policial a las afueras del barrio hacen algo para frenar la hostilidad: “Con Sueños Compartidos vinieron algo, pero no hacen mucho. Nos ayudamos entre nosotros, con lo que ganamos con nuestro trabajo”.

 

Los vecinos saben que no pueden contar con el municipio, pero de todos modos hacen su lista de reclamos y necesidades por solventar urgentemente. El barrio necesita desagües y arreglo de cloacas. Cuando sube la corriente del río Luján, el agua entra a las casas hasta la altura de las rodillas, y los pasillos de barrio se convierten en pequeños canales. En un día normal, los vecinos saltan de un lado al otro y esquivan los amplios pozos. También hacen falta luces, y una solución al problema de la basura: hay un solo camión que pasa de vez en cuando. La contaminación es fuerte y ha llevado a varios casos de caballos muertos en la calle por alimentarse de la basura.

 

A unos minutos de la casa de Daniel, frente a una “canchita” de fútbol de tierra, se encuentra la capilla María, madre de los pobres. Aquí se encuentran a diario tres mujeres listas, con sus utensilios en mano, para cocinar hasta 100 porciones de comida que luego reparten a las familias de Garrote. Norma Leal, con 65 años, es la jefa de la cocina. Es tucumana, pero reside en la villa desde los 3. A pesar de haber llegado a la misma edad, Fátima Díaz, de 46, aclara: “no soy porteña”: vino con su familia desde Concordia, Entre Ríos, “la tierra de la mandarina”. María Ramírez, de 53, termina de conformar el tridente que alimenta a la cuadra de la parroquia.

 

 

Las tres vieron poblarse a Garrote y explican que el barrio empezó con apenas 15 familias. Las damas de la cocina conocen a todo vecino a su alrededor y no quieren que sea de otra manera. “Con Sueños Compartidos, la gente de Garrote se empezó a ir y vendió su hogar. No respetaron el acuerdo de dejar su vivienda libre para otra familia. Así empezó a venir gente de afuera, que no se crió en el barrio, y que no conocemos”, sostuvo Norma. 

 

Sueños Compartidos dividió Garrote de una forma que no le gustó a muchos vecinos, en especial a Fátima, cuyo hijo está en edad de independizarse y no puede acceder a una vivienda debido a la toma de terrenos. “Es injusto que venga una persona de afuera y le den una casa. Si mi hijo vivió acá toda la vida y está en edad de ir a vivir solo, ¿por qué no puede tener un espacio? Está acá desde siempre, hay un derecho de piso”, argumentó Fátima.

Ninguna de las tres recibió jamás una ayuda del municipio, pero tampoco la buscan más. El comedor funciona con la ayuda de externos. A 15 cuadras se encuentra la parroquia San Francisco de Asís, que las abastece de alimentos no perecederos. También reciben 10 kilos de carne semanales de un grupo laico de San Isidro, y una mujer de Tigre se encarga de llevarles verduras. El resto de insumos como sal, condimentos, artículos de limpieza y la garrafa los costean con el dinero recaudado en una feria de ropa donada. Si quieren compartir un mate con bizcochitos, el gasto sale de sus bolsillos.

 

“Creciendo, me faltó todo lo material, pero lo que me sobró es amor, y así está hecha esta comida. Hoy me falta de todo, mi casa se llueve por todos lados, pero el amor me sobra. Es lo que tengo para dar”, se sinceró Norma. La mujer tiene una dificultad en su pierna, está anticoagulada y debe cuidarse ante cualquier caída o golpe, pero de todos modos llega a las 9 para cocinar con sus compañeras. “No podemos decirle que no a nadie”, añadió tímidamente María.

 

Garrote tiene muchas necesidades. La falta de acceso a la educación formal es un gran desafío: muchos niños no asisten a la escuela regularmente, lo que limita sus oportunidades de futuro. Sin embargo, ese pareciera ser el menor de los problemas cuando la presencia de las drogas es inminente. “Antes, el barrio era diferente. Tengo miedo por mis chicos”, sostuvo Daniel. “Quiero sacarlos de acá, que tengan una vida un poco mejor. Quiero dejarles algo que les sirva, que sea de ellos. Siento que esto no es nuestro, que es prestado”.

 

Los vecinos quieren una vida digna y se apoyan mutuamente para lograrlo. Enfrentan obstáculos significativos, pero juntos desafían la adversidad. “Rezo que Dios me dé vida y salud para seguir laburando. Pero no estoy sola”, afirmó Norma mirando a sus compañeras. Villa Garrote es más que solo un punto en el mapa; es un lugar con alma. Su presente doloroso, sus historias únicas y su comunidad cálida recorren los pasillos llenos de pozos para llegar a cada rincón y contagiar la esperanza. Este testimonio de resiliencia humana, fortaleza y unidad funcionan como recordatorio de que hasta en los lugares más difíciles, el espíritu humano puede más.

Por Morena Jazhal Tricerri

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De derecha a izquierda: Norma, Fátima y María. Se reúnen en la capilla todos los días de 9 a 20 para repartir hasta 100 porciones de comida a los vecinos de la cuadra.

Créditos: MJT

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